martes, 10 de julio de 2007

De atrás

Venían desde el centro caminando. Se veía cómo uno de ellos gesticulaba con la cabeza y con las manos mostrando toda la sintomatología del caliente. El otro asentía con palabras cortas y ocasionales frases un poco más largas y se lo veía más tranquilo. Quien escuchara la conversación podría saber que el más vehemente había sido dueño de una moto que los transportara a los dos y que, fruto de una política de distribución de la riqueza espontánea, era muy probable que los pedazos de la Jin Shuang se hubieran combinado con los pedazos de otras Jin Shuang. Los que estaban cerca del estacionamiento habían podido ver las corridas infructuosas atrás de una moto que se caracterizaba por su pique explosivo. Los jadeos de los dos ya habían cedido, pero no así el acaloramiento. Quizá por eso el que no era dueño de la moto hubiera invitado al otro a tomarse una en aquel bar.
Esa noche había baile en el CODEPAL
[1], justo en frente del barcito. Frenadas de autos tuneados, grupos de jóvenes gritones con viseras empinadas, mujeres de polleras al vuelo y espaldas al cielo contoneando sus vaginas. Motos frenando y arrancando de nuevo. Uno que le grita a otro con voz ronca con el fondo orquestal de la avenida rumbo a San Carlos. El barcito bien podría haberse llamado “La cueva”. Era un ambiente alargado y más sucio a medida que se avanzaba al lado de la barra hacia el baño mínimo del fondo que, a fuerza de angosto, no permitía la expresión “al fondo a la derecha”. La barra era un mostrador alto de madera con un hombre sucio atrás que conversaba con los parroquianos. En la tele, colgada en las alturas, estaba un partido de fútbol argentino desde el que resonaban los gritos de un relator con violines de tribuna. Al mejor estilo de los bares parisinos, la vereda ostentaba unas mesas de plástico con sus respectivas sillas desde las que se veía el medio tanque donde se asaban los chorizos.
Entraron y se decidieron por la barra, como para poder ver el partido. Una cerveza pa arrancar. Che, ¿y si nos comemos unos chori? Mismo, estoy con un hambre... ¡Dos chorizos! La cerveza que llega enseguida, milagrosamente helada, como estalactita que se clava en el calor del estómago. ¡Qué golazo! ¡Viste de dónde le pegó! Aparte mirá el golero como se estira... Ta, pero no lo podés dejar patear de ahí, muchacho, fijate cómo lo deja venir el cinco... Sí, pero es un golazo igual... Lo ejecutó. El vaso que inclina su contenido hacia adentro. Cuando baja un vaso sube el otro. Y, más rápido de lo esperado, llegan los chorizos desde el medio tanque. Los hombres se incorporan carne y la riegan. No hablan mientras comen. Apenas si levantan la vista al partido, donde el cuadro que ha recibido el gol intenta una reacción desordenada. Terminan casi al mismo tiempo. Sellan el último bocado con lo que queda de la botella.
Entra un tipo, se sienta al lado de los dos y pide un vino. Le sirven un vaso con algo de color muy parecido al querosén. Es nervioso y tiene los ojos duros. Su mirada sólo se detiene un poco más en la pantalla. El resto del tiempo, rebota como una pelota de ping pong, de aquí para allá. Parece de paso. Como si se hubiera hecho un tiempo en el trabajo para tomarse un vino y después seguir. Está un poco sudoroso. Uno de los dos se distrae de la tele en el replay de una jugada sin interés y mira al del vino. Enarca las cejas. ¡Qué jugada! ¿Viste? Pero no hay una respuesta porque de pronto perdió el interés en el partido. ¡Pero no viste eso! ¡Lo dejó sentado! Mientras uno exclama por el enganche del punterito de Newell’s, el otro mira hacia abajo y el vaso de vino del que está al lado va bajando. El que calla le da un leve codazo a su compañero. A la derecha el vaso de vino gana en marcas de dedos y pierde en líquido y a la izquierda, uno de los amigos pierde súbitamente el interés en el partido. El silencio está tapado por los gritos de la tele. Se miran y junan de reojo al de al lado, que ya se está por terminar el vaso. Saben que hay que actuar rápido. El número diez de Central levanta la cabeza y ve el agujero en la defensa de los rivales, el pase va a salir preciso y el nueve se va a meter de improviso. El del medio saca un papelito y escribe algo. Frases cortas. Una jugada breve de pase largo. Se miran en un relámpago de inteligencia, uno que concibe la jugada y el otro que pica a buscar el pelotazo. El mismo gorro descolorido con la visera descosida. La camiseta roja y negra con una marca “adidas” paraguaya, los mismos brazos flacos. En la repetición, se veía cómo el diez le pedía la pelota a un compañero, como previendo el pase que lanzaría segundos después. El del medio pide otra. Cuando viene la botella, sirve en el vaso de su amigo, en el suyo, toma el vaso que ya no tiene vino y lo llena de cerveza con espuma. El plancha acepta y brindan, parcos. Ahora los tres toman de lo mismo cuando la televisión no se cansa de mostrar la repetición del gol de Central. El tiempo se suspende en el aire, en los vasos, en el telerrep. Los de Newell’s no se conforman, protestan una posición adelantada, hay muchos nervios. Habían empezado perdiendo y ahora empataban. Las camisetas rojas y negras, que habían pegado primero, aparecían ahora acorraladas en el rectángulo, más presas que participantes del partido.
La prensa de Rosario, al otro día, mostraba fotos de las cabezas bajas de los jugadores de Newell’s, que habían perdido dos a uno de atrás. Las cámaras del canal de Maldonado habían conseguido hacer unas tomas del muerto donde llegaban a entreverse las rayas de adidas, negras sobre fondo rojo.

[1] Comisión Departamental de Ayuda al Lisiado

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