martes, 10 de julio de 2007

El asesino heterogéneo

“Tuve grandes ambiciones y amplios sueños –pero sueños así también los tuvo el joven changador o la costurera, porque sueños así los tienen todos: lo que no todos tienen es fuerza para realizarlos o un destino que se avenga a dar su apoyo.”

del fragmento 18 del “Libro del Desasosiego”, de Bernardo Soares


Se presentó envuelto en un traje de trazos rectos de franqueza negra y munido de carpetas con estadísticas. Estas son las ventas del diario. La gráfica mostraba un descenso. Este período corresponde a cuando el diario estaba en la oposición, cuando aquellas denuncias de corrupción, lo del empresario Martínez Basso, ¿se acuerda?, ahí fue cuando más se vendió, pero usted sabe que todo es cíclico, ¿no? Yo asentía azorado, sin saber de qué diablos me hablaba aquel tipo. A raíz de esas denuncias, se produjo el cambio de partido, ¿comprende? La empresa tomó el riesgo de ser oficialista, pero nos mató el contraste entre lo que pasaba y lo que salía en la primera plana, vender diarios es como vender yogur, lo que cuenta es el envase y se había perdido credibilidad, los números están haciendo inviable que el diario siga, pero hay ideas y se pensó en usted. Yo había trabajado un tiempo en un diario. La verdad sea dicha, mi participación no había sido nada destacada. Era profesor en un liceo y nunca habría siquiera soñado con trabajar en prensa de no haber sido por Mariana, que ya llevaba años en el periodismo y cuya desmesura se medía en la escala de Richter. Sucede que nos conocimos una noche y la borrachera llevó a la embriaguez con bastante rapidez. Algunos le llamarían amor. Ella era periodista y yo me jactaba de no tener ambiciones. Me correspondía el rol de personaje débil, algo así como un Sancho Panza flaco que empieza a considerar emprenderla contra los molinos sólo porque ella se pasaba la vida de aspa en aspa. Un caracol desentrenado siguiendo a un galgo con alas. La relación fue, como puede suponerse, tormentosa y con arrebatos pasionales a la orden del día. La vez que nos reconciliamos, tras pizzas y cervezas, me soltó la propuesta a boca de jarro. Si quería trabajar en el diario con ella, porque consideraba que yo escribía bien y qué sé yo. Hay que imaginarme un poco borracho y muy ebrio de ella, que rebosaba belleza esa noche. Ahora que recuerdo, es la cara suya que recuerdo más, siempre me pasa, se me graba una cara con una mirada en particular: la mirada. Dicen los estudios científicos que lo que más perturba a un hombre en el momento de decidir es la visión de una mujer hermosa.
La locura duró poco tiempo. Ella, de una noche a una mañana, dejó de hablarme. Andaban rumores de que el diario podía cerrar en cualquier momento, un proyecto poco serio, no habíamos cobrado el sueldo del último mes, las computadoras fallaban. Todo eso sumado a la vorágine de salir a fabricar noticias porque no pasaba nada, los tiempos demenciales de la redacción, los que armaban la primera plana que ponían cualquier cosa y yo, encima, con el trabajo del liceo que me desbordaba porque también era un caos. Caos es anagrama de asco, y eso es lo que yo sentía por todo en esos días. Pero terminaron las clases y el diario cerró. Y ni siquiera me importó no haber cobrado los últimos tres meses. Mariana desapareció de un mapa que sólo me mostraba la localidad a la que no podía ir. Pasó agua por abajo del puente y yo lo crucé. Un año nuevo, un liceo diferente, algunos otros fracasos amorosos y días de sol.
Se apareció en mi trabajo. Empezó a hablarme de unas notas que yo había escrito, que el estilo, que el enfoque, que la originalidad. Cuando la palabra es grande, hasta el santo desconfía. Recordé que el patrón del que ahora me elogiaba sostenía cierta rivalidad con el que no me había pagado. Me recosté contra el respaldo de la silla y resoplé suave, como para demostrarle al otro que no me estaba tragando la pastilla, pero él siguió con su discurso sin inmutarse. Por eso el diario está interesado en usted para un nuevo proyecto, para un enfoque original de la noticia. Y yo que me preguntaba qué mierda de enfoque original podría haber de una noticia que no fuera tratar de dar todos los datos posibles, corroborar las fuentes, tratar de escribirla bien y todo eso, porque hacer otra cosa es maquillar, mentir, creo. ¿Y cuál es el tal enfoque original de las noticias? Se lo pregunté porque el tipo había hecho una pausa planificada para que yo lo hiciera, supe su juego y, al menos en esta jugada, resolví devolver el pase. En vez de contestarme, blandió otro gráfico, muy parecido al anterior. ¿Y? Como podrá ver, el descenso aquí –muestra con el dedo- es análogo al de las ventas que le mostré antes. Me quedé callado en el silencio que dejó para que yo preguntara por qué habían subido las ventas. Este gráfico corresponde a las ventas de un diario de Boston, del año ochenta y cinco, en la época del “Girl Hunter”. Cazador de chicas. Seguí callado, ahora sin entender. El silencio de mi interlocutor esta vez se hizo persistente, esperando pacientemente que me impacientara. Yo nunca había fumado pero, desde hacía cierto tiempo, había dado en imaginarme fumador. Era una suerte de cáncer que había empezado como un jugueteo pero que ya me estaba provocando toses mentales. No sé por qué, quizá por ese capricho que algunos tenemos de querer ser todos los hombres, di en ponerme en el lugar de un usuario del cigarro. Hubo uno que, con la ambición de llegar hasta el sol –mucho más limitada si bien se mira- se ganó tremendo golpe. Yo había desarrollado la ambición de comprenderlo todo, de sentirlo todo, de ser otros y así consustanciarme con lo absoluto universal. La boca cerrada del otro se me empezó a figurar monstruosa. El nerviosismo me internó en el cáncer mental y mi cerebro empezó a verme en actitudes de fumador. Seguramente se me vería algún sudor frío o temblor. Porque yo sabía que estaba sentado de una manera, pero me percibía haciendo gestos de fumador, revelando con la forma de pulsar el cigarro mi estado de ánimo. E intentaba enderezar una postura que estaba derecha, lo que provocaba ciertos escalofríos que, a su vez, quería disimular. El caso es que el tipo debió de percibir que su silencio no me incitaba a hablar y empezó a soltar la propuesta.
La verdad es que sentía que la historia había dejado a Sancho bastante atrás del Quijote. Y yo había sido un Sancho flaco. Mis amigos me decían que ella estaba loca y yo, por pruritos de dignidad, me negaba a darles la derecha, amén de que consideraba que lo suyo no era una locura lisa y llana, si es que una locura puede serlo, sino que, al decir de mi padre, era despareja como campo de sierras. Es decir, era extraordinariamente cuerda en algunas cosas y absolutamente desaforada en ocasiones. Recordaba haber soltado el “te amo” a una novia anterior, una que me dejó por un tipo que había obtenido un crédito hipotecario. Nunca más lo había aventurado y a Mariana estuve a punto de dárselo. Ciertos accidentes geográficos suyos me lo impidieron y no me animé. Después vino la vez que me tiró la comida por la cara porque se me escapó un eructo. Cruzó la ciudad en bicicleta, en la hora pico de tránsito, y por dos días no tuve noticias de ella porque ni siquiera me atendía el teléfono. Siempre había considerado a la crónica roja como una narración interesante sobre lo que le sucede a otros, pero esta vez miré la sección policial de todos los diarios e informativos de la tele. Mujer en bicicleta atropellada por ómnibus de transporte urbano. Algo como eso era lo que temía escuchar. Logré hablar con ella. Llantos y promesas. Pero yo sabía íntimamente que para ella y yo había fecha de vencimiento. Lo que pasó fue que nunca esperé el mazazo. Cierto que me venía tratando mal desde hacía unos días, pero nunca pude esperarlo. Fue como que, además de amputarme el corazón, me amputara la personalidad, la voluntad. En algún momento yo había tenido grandes proyectos para mi vida que, por varios motivos, se habían visto resumidos. Di en ver al amor como la posible salvación de la ilusión. Pensé que no estaba nada mal ser un ninguno con amor. No me agradó nada ser un ninguno ninguneado. Pero tengo poder de recuperación y empecé, de a poco, a rejuntar lo que había quedado. Pensé que como profesor no era tan malo, que tenía mis amigos y mi familia, que vivía en un país con problemas pero bastante lindo, conseguí algún que otro lance sexual. Y de a poco fui imaginando que le contaba mis problemas a un psicólogo y que, al irlos desenrollando, los entendía y veía por dónde empezar a reconstruir desde las ruinas del huracán. Sabía qué me diría un psicólogo, conocía el discurso reconstruccionista. Una vez, sin tener ningún problema en particular, había consultado con un terapeuta por la mera curiosidad de apreciarle las técnicas y los clisés. Siempre había supuesto que no podrían decirme nada que yo no pudiera decirme a mí mismo y lo confirmé. Cuando me llegó el verdadero problema, fui mi psicólogo y me di de alta cuando consideré que la cantidad de veces en el día que pensaba en Mariana no superaba una o dos y como a la pasada. Incluso, me sugerí charlar el problema con mis amigos, mostrar mis sentimientos, enfrentarme de una manera adulta a lo que me pasaba. Me permití llorar la vez que la vi y los músicos callejeros empezaron a tocar “Yesterday” y yo justo había leído un libro de un francés al que las mujeres lo dejaban. Además, como argumento para salir de la crisis, saqué a relucir en la memoria todas las veces en que, estando con Mariana, yo me sentía muy atraído por algunas jovencitas, sobre todo una que me echaba unas miradas por demás elocuentes. Bueno, también recordé que de esa época databa mi veleidad de verme fumador. Veía las nenas y me imaginaba como en las películas, con mi pecho cubierto por su cabeza y sus brazos exangües y mis volutas de satisfacción. Pero no tardaba en pensar “cómo se nota que puedo imaginarme cualquier cosa, mire si yo voy a hacer eso”, lo que no tardaba en ser continuado por el pensamiento edificante que seguía más o menos el guión de “qué lindo es salir del trabajo y encontrarse con una mujer que uno quiere” y cosas por el estilo. Y probablemente esa atracción por las jovencitas unida a que –ahora lo creía porque me convenía echar abajo las ruinas que todavía quedaban- mi amor por Mariana quizá no fuera algo auténtico tuvo algo que ver con mi ingreso a los terrenos de la duda. ¿Soy o no un fumador, si aunque no fumo siento como si lo hiciera? ¿Existe lo auténtico o es sólo una verdad dentro de cierta ilusión? Por ejemplo, ¿por qué es tan sagrada la vida humana si al fin y al cabo su perpetuación exige la eliminación de otras formas de vida? ¿No son ecologistas los genocidas? Al preguntármelo todo, me sentía un dios omnisciente y lo único que no sabía era qué iba ser de mi vida porque mi razonamiento se cerraba inexorablemente en círculos, como grises sortijas de humo, como un no importarme nada más que procurarme placeres. Si al fin y al cabo la vida era un pasaje rápido y lo de las reencarnaciones era todo un invento para dominar gente. Por momentos salía el sol y me olvidaba de todo eso, dejaba de leer autores desencantados y prefería historias tropicales, donde los hombres son lo que son y no piensan. Cuestión biológica: el verano me daba energías y me tiraba de nuevo por el trampolín, y me olvidaba del humo que había venido creciendo o acaso me adaptaba a él, como todo un adicto que desciende por una espiral.
Además de estos gráficos podría mostrarle otros, pero se lo resumo. Las estadísticas muestran que las ventas de los diarios aumentan brutalmente en los momentos en que hay serias amenazas a la tranquilidad pública. Concretamente, le estoy hablando de las coberturas de los asesinos en serie. Yo pensé que me estaba tomando el pelo. No sea malo, eso es en las películas. No pude evitar hablar. Las películas se basan en la realidad, usted sabe que la ficción sólo existe porque de alguna manera se puede relacionar con la realidad. Me desconcertó con el comentario literario, lo creía un mercadotécnico precisamente afeitado, un robot. Acá lo que falta es cobertura. Sigo. Si usted se fija, pocas cosas hay que junten gente más rápido a que un accidente. Personalmente, he llegado a pensar que a veces la montonera es previa al choque, como que los amontonables anduvieran en el barrio movidos por una fuerza misteriosa que los impulsa a ser testigos y a estorbar. Morbo, eso es lo que más vende. En épocas de cierta estabilidad política, por lejos es lo que más mueve a la gente. Y, encima, si se considera que el diario se equivocó en apoyar al gobierno, precisamos algo resonante. De la política de seguridad no podemos hablar porque eso sería atacar al ministro y al partido... ¿comprende? Asentí. Es decir, necesitamos crónica roja duradera y espectacular, que incluso le pueda dar cierto lustre a la policía. Se pensó y repensó. Se llegó a la conclusión de que lo más convocante sería un asesino en serie. El atractivo de tocar la fibra linchadora que todo el mundo tiene. Además, si se piensa en términos racionales, la vida humana no es sagrada. Y yo que había pensado eso. Saboreé un cigarro en la imaginación y, para aclarar los pensamientos, prendí otro una vez apagado el primero para no perder el hilo de las ideas. Muchas veces, la pérdida de algunas vidas le da fuerza y cohesión al colectivo, ahí tiene a los mártires, que no mueren por casualidad. Hice una objeción para mí mismo: darle fuerza al colectivo significa aumentar la raza humana y eso es suicida, pero qué importa, este tipo está pensando un poco distinto pero no es ningún bobo. Trabaja para los dueños de la plata pero, al fin y al cabo, todos aspiramos a la plata. Me dan gracia esos que hablan de abolir el materialismo y, al mismo tiempo, no dejan de fijarse en la ropa, el pelo, los inciensos, los discos. Claro, desean cosas chicas, pero sólo lo hacen como una demostración, como un gesto militante basado en que no pueden desear cosas más grandes. Negación de la realidad. Y este tipo es realista. A veces hago comentarios y me dicen que soy cínico, todo porque no me tomo la pastilla y veo las cosas como son. ¿Y yo qué tengo que ver con eso? Recién llego a preguntárselo. Bueno, hemos leído sus artículos en el suplemento literario y sabemos cómo piensa. Lo hemos seguido, hemos visto que sus ideas no han hecho sino consolidarse. ¿Y qué tienen que ver mis ideas con escribir sobre asesinos en serie? No se trata de escribir sobre asesinos en serie. ¿Y entonces? Se trata de crear uno. ¿Qué, quieren que invente? Queremos que se invente. Gesto de perplejidad de mi parte. Que mate y que escriba lo que hizo, que sus crónicas pasen del filo de lo habitual, sólo un asesino puede saber impactar con los detalles de un asesinato. Claro está, que nadie va a saber que es usted. Pausa y gesto que parece decir “¿entendido?”. Usted se va a encargar de que no lo descubran, cosa que le va a ser muy fácil si tiene en cuenta el funcionamiento de la policía de acá. Y va a trabajar en el diario, en policiales. Va a ser un Peter Parker de acá de Vimonte, un enmascarado que le saca fotos al enmascarado. No creo que eso le plantee obstáculos morales. Yo callado, atrás de una imaginaria columna de humo de color todavía indefinido. Fue un momento en que la diferencia entre la racionalidad y la sinrazón se volvió tan tenue como la transición entre el humo y el aire, el aire que se va saturando de humo.
Hacía un tiempo, había decidido que mis relaciones fueran libres, sueltas de todo prejuicio. Si nos gustábamos, ¿qué problema? No fue fácil porque ellas son astutas y ponen condiciones y pruebas. Claro que a plantear exámenes van aprendiendo después de que se dan cuenta de las historias del príncipe azul no pasan de unos dibujitos animados para niños en los que los personajes viven en hongos. Se agazapan y ponen toda su inteligencia en la actividad evaluatoria una vez que tuvieron el primer fracaso y eso las obliga al más irremisible ostracismo de los terrenos de la tersura. Se empiezan a ver hoscas y, lo que es peor, a serlo. Cuando bordean los treinta, si es que ya no han conseguido fecundar algún óvulo o al menos hacerse de un capital con ruedas y anillo, muchas de ellas optan por una depredación salvaje. El amor se transforma en un eufemismo y pierde todo su significado original, si es que en algún momento lo tuvo. A mí me condenaban al casillero del cinismo por pensar “sin ismos” lo que, creo que más que otra cosa, revelaba mi inmaculada inocencia. No tenía la precaución de esconderme atrás de ningún escudo de ideas concebidas por algún extranjero de barbas caricaturizables. Sin embargo, tenía algunos moldes para pensar qué era el amor. Y las circunstancias me habían instado a dejarlos para mejor ocasión mientras los tiempos vinieran como venían. La belleza es algo que se parece a una mujer hermosa. Y la hermosura no tiene edad. Identifiqué el punto en que las mujeres se instalaban su armadura de ataque y los ojos grises de Ana aparecieron como una puerta de entrada. Eran ojos sin tiempo a pesar de que los pétalos recién mostraban sus convexidades. Me gustaba que ella estuviera más nerviosa que yo, aunque sus ojos eran una mezcla de fuego en las cavernas y conquista de Plutón. Mis manos escondidas y nerviosas para disimular que yo me sentía consumiendo cigarro tras cigarro quedaban ocultas por su sonrisita nerviosa, lo que antes había sido un verdadero terror escénico al enfrentarme a una mujer nueva se trasformaba en un instinto protector, casi pedagógico. Tenía una deliciosa diferencia entre su espíritu y su aplomo, quizá porque lo eterno sólo se manifiesta en algunas partes. Lo que hizo que nos encontráramos fue mi trabajo. Pero qué importa si nos gustamos, qué importa lo que está fuera de la ilusión.
Hay gente que pone en primer lugar la familia. Porque la tiene. Yo sólo me tenía a mí mismo, y no siempre. Pensé que una de las posibilidades era pegarle una patada en el culo al esbirro que me venía con la propuesta. Noté que, además, veía otras posibilidades. Si se quiere, mis clases eran una constante experimentación con las vidas humanas. ¿Acaso no estaría predisponiendo a algunos alumnos a aborrecer cierta área del conocimiento hasta el embrutecimiento más televisivo? O, peor, ¿no estaría impulsando a otros a parecerse a mí? Cuando uno influye sobre la vida, puede incluso definirla, terminarla. Si el dictador de los bigotitos hubiese triunfado, hoy todos estudiaríamos alemán en vez de inglés y las cadenas de comida rápidas serían realmente hamburguesas, y hablaríamos de cómo los judíos estaban exterminando a los valientes alemanes. ¿Y cómo sería el asunto? Bueno, usted trabajaría como periodista del diario. ¿Con sueldo y todo? Ningún periodista del diario cobra sueldo, todos cobran por nota y de acuerdo a la importancia de la nota, las notas de tapa...
Robarle el dulce a una niña. No era más que eso. ¡Qué fácil atraerlas! Yo siempre había sido uno de esos tímidos a la hora de encarar una mujer, pero eso era cuando ella me interesaba. Sin un interés inspirado por el amor, lo había descubierto, era de una facilidad espeluznante: pocas palabras, cierta displicencia, unos toques de grosería, gestualidad cigarresca. Listo. Además, sin ser para el amor, ¿a quién le importa mucho la belleza o el refinamiento? Los tiempos de pobreza y violencia son pródigos en personajes únicos, porque la deformidad adopta formas rampantes y cangrejosas. Los asesinos en serie suelen seguir patrones, que generalmente se reducen a la categoría “mujeres”: ora rubias, ora niñas de rojo, aquí prostitutas, allá mujeres en su casa. Porque algo de la infancia los fija en un esquema irreductible que los convierte en autómatas. Para algo sirve la televisión por cable. Puse el servicio de cable para mirar la Copa del Mundo y terminé pasando sábados enteros informándome acerca de lo torpes que son los asesinos en serie y lo sagaces y persistentes que son los sabuesos angloladrantes. Si bien se mira, esos hombres son víctimas. Ahora, puesto desde una perspectiva comercial, lo que manda es el raciocinio y el golpe de efecto. Los bailes de cumbia. Mujeres pobres y libres de muchos de los prejuicios amatorios de la clase media. La sinceridad del que no tiene nada para esconder. El único problema a considerar son los machos, que a veces son violentos y no permiten que uno pesque en lo que ellos consideran su cardumen. Pero, normalmente, es raspar y comer. Es un filón inexplorado por los maníacos. Violar con consentimiento no es la usanza tradicional. Eso al principio, pero después la necesidad de la variación para no encasillar el producto. El desconcierto vende más diarios que las sagas porque, cuando la historia que se continúa es la misma, uno perfectamente se va enterando de los nuevos detalles por comentarios en el trabajo, ay qué horrible, viste ahora el asesino, así no se puede, la policía no hace nada, saben quién es pero lo que pasa es que es el hijo de un político. Siempre me había caracterizado por cierta actitud estudiosa al entrar en los lugares nocturnos. En mis primeras salidas, más que dedicarme encarnizadamente a tratar de dar captura a algo, estudiaba largamente el panorama, con tanta extensión que generalmente me iba con las manos vacías y las calles solas. O con la más fea. Eso me enseñó cómo hacer para convencer a las ya convencidas. Me acuerdo que, como un borrador, me salió un cuento en el que un periodista mataba a una de estas pajarillas de barrio bajo.
[1] Pero la cosa era excitar la imaginación del público, hasta el punto de dejar a la masa en el estado de esperar el último de los Beatles, o de implorarle a Conan Doyle otras aventuras contadas por Watson. Planifiqué los golpes como si se tratara de un culebrón latinoamericano. Una continuidad anodina y, al borde de la saturación noticiosa, un personaje nuevo que aparece, esa hermana que estaba en Europa y que viene con el secreto que complica las dieciocho historias que habían venido entreverándose, diecisiete de las cuales habían llegado por el mismo procedimiento. Un travesti joven. Después de todo, lo que importa es la forma. Apago un cigarro cuando calculo la esquina en que lo encuentro y le hago notar que he tomado como una invitación el duro contonearse de sus caderas. Se impone la utilización de un arma igual a la de la vez anterior, para que los milicos sigan el hilo de la narración. La puta gorda de Aparicio Saravia, de suéter verde, esa que una vez la vi empujando un fitito, la que uno no podía creer que hombre alguno deseara, la de “todo por cincuenta”. El mismo cuchillo, por la espalda como a los otros. Un cigarro que se prende ante la vista del cuerpo aplastado de la gorda que no empujaría más autos. Un borracho, por la espalda. Como para complicar el perfil psicológico. Los comentarios de los que sí comprenden la depravación y dicen no poder creer. Como corresponsal aplicado, me regodeo en evitar el adjetivo esperado y refino la técnica narrativa. Practico la voz para las entrevistas que me hacen las radios de la capital. Todo debe ser hecho antes de la cuchillada porque el “viaje del cuchillo”[2] no puede zigzaguear. Un cigarro que sólo se enciende como un signo de puntuación, nunca en vano. Un policía. Un cuidacoches. Un marinero que se había encaminado a la zona prostibularia. Y la prostituta que estaba con él momentos antes de su muerte. Un cigarro. Y el “Asesino Heterogéneo” retorna al bajo, ¿quién sino yo iba a ser el Adán que le pusiera nombre a la criatura?, y la gente que aprende, al menos por una generación, una palabra con un prefijo griego. “Vuelve al origen”, dice el titular, porque de nuevo los bailes de cumbia son su objetivo, dos mujeres en la misma noche con señales claras de haber muerto casi al mismo tiempo. Y es una historia digna de ser escrita. Al costado de la computadora rebosa el cenicero.
Ana ojos grises. Ana tímida. Una ola de ternura me envuelve y olvido el humo que me invade. Justo ahora la veo. Espere un poco. Pongo actitud profesional y me dirijo a ella. Era una de esas relaciones que empiezan en una serie de timideces y tirones del deseo contenido que, con suerte, llegan a compartirse entre risas sobre unas sábanas arrugadas. Habíamos conversado por la computadora. Se había hecho de mi correo y, por algo que no me acuerdo bien, empezamos a charlar. Demostraba ser sus ojos. Era la inteligencia en estado puro. Le dije lo bien que me sentía hablando con alguien así. Retribuyó con soltura. Pero cuando la encontraba en la calle hacía gala de una gran timidez al saludarme. Yo me debatía entre lo que creía que sabía y lo que temía. Uno cuando se enamora tiene la inteligencia de los doce años y el deseo de los quince, y no hay serenidad treintona que prevalezca. Imaginaba la diferencia de edad como toda una parafernalia de trabas. Pintaba escenarios futuros con ella. Siempre cometía eso: me imaginaba las situaciones por adelantado. Pero no podía soñar lo que realmente iba a pasarme. ¿Por qué no revertirlo? Fui hasta ella. Sentí la piel un poco fría por culpa del vientito y percibí lo cálido del color gris. Inhalé su humo sutil y supe por adelantado el roce de mi pecho áspero con su corteza suave.
La verdad, qué quiere que le diga, la propuesta es interesante. Estoy quieto físicamente, pero me estiro imaginariamente con un ademán del cigarro que, a fuerza de no ser el primero ni mucho menos, casi me priva de ver a mi interlocutor. Ojos Grises es todo un desafío. Mucho más difícil, por cierto, que matar a toda esa gente tan distinta por la espalda. Después de todo, ellos consienten. Me halaga que se hayan fijado en mí para un proyecto tan importante, esto lo ensayo pero no lo digo. Pero mire, suelto con cara de satisfecho, si le soy sincero: el solo hecho de imaginármelo todo ya es un disfrute enorme. Y, como la plata no es tanta y no tengo que darle de comer a nadie... Lo que importa es sentir que uno mira hacia adelante y respira con ganas de algo, pensando en avanzar, lo importante es la emoción. Ana es chica todavía, pero quizá algún día, si crece. Matar consta de una parte intelectual y una física. La parte física de la muerte es para los que no pueden soñar con unos ojos grises y se los quieren llevar en una bolsita. Es para los que no pueden imaginarse a qué extremos puede llegar un diario por fabricar noticias espectaculares. Todo se hace humo con el timbre que pone fin a mi hora libre.
[1] Sonaba monocorde la cumbia. El abdomen de la morocha teñida de rubio huía, profuso, entre la minifalda y la blusa corta. Metro cincuenta de altura, en su boca se adivinaba algún diente. Un terreno baldío fue el escenario de algo sin emoción pero pintoresco. (Sólo se conservó esta parte. El resto se halló mutilado con indicios de saña)
[2] A propósito de metáforas de este estilo, dice George Ec: “...su primera manifestación fue el poema; la segunda el homicidio; acaso las kenningar, esas metáforas a la carta que esgrimían los hombres de hierro, prefiguraban algún óbito.” (en “Historia universal del homicidio”) N. del E.

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