martes, 10 de julio de 2007

Pegadogía


“Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios.” Levantó la cabeza y cerró el libro porque era el momento de hablar. La idea de darle clase se le había ocurrido antes de conocerlo, si es que se puede decir que llegó a conocer. Y hacer una lectura de “El Pozo” de Onetti le parecía una excelente idea porque siempre es bueno tocar autores nacionales, además de que este libro le venía de perillas para demostrar su punto, justo en plena época de procesamiento de torturadores. Siempre había pensado que cualquier actividad, para ser bien hecha, exigía apoyarse en dos pilares: reflexión y sacrificio. Sin pensamiento, sin análisis, no se puede hacer nada, pontificaba. Y, desde luego, se requerían horas de dedicación, de sufrimiento, de dolor. Incluso el amor llegaba a aprenderse de ese modo según su opinión. Sin embargo, no desdeñaba de ninguna manera la intervención estética del azar, cosa que lo emocionaba de forma especial, como por ejemplo el hecho de que la habitación tuviera dos camas y una silla rota, aunque faltaran los otros detalles que escribiera Onetti. Recordó que tenía que anotarlo en su diario, para que todos lo supieran. Incluso en las condiciones más terribles se puede ver la estructura brillante de lo estético, aun en lo opaco. Sin ir más lejos, en aquel poema de Rubén Darío que tanto le gustaba y que era tan deprimente que habían trabajado en clases anteriores. Ves, le dijo, el colchón no siente que tu cuerpo lo ahueca ni que le transmite ese olor, las paredes no saben de tus miserias, no hay arañazo que les valga, si es que fuera probable que lo hicieras. Evaluaba lo bueno con criterios de ingeniería: era bueno si duraba. Por eso siempre volvía a los clásicos de la literatura, porque siempre están. Recurría pues a las tristezas más históricas. Prestá atención, de nada sirve mirar un teleteatro argentino porque, aunque sea deprimente, es malo; y por esa razón es que es efímeramente malo y no te permite ponerte en contacto con los valores universales. ¿Te acordás de lo que hablamos de Kafka? La cáscara de su insecto, en términos históricos, es geológica, dura como una piedra. Es Verdad. Siempre te va a hacer sentir mal. Por eso, pedagógicamente hablando, es imprescindible trabajar en base a lo sólido. Sí, mi amigo, porque las ideas pueden ser sólidas como fierro, como si fuera un fierro que en vez de corroerse con el óxido..., en vez de corroerse se fortaleciera, se hiciera más duro. La felicidad es de aire, se vuela como las mariposas y es una ilusión. Hay quienes intentan hacer creer que la felicidad es sólida, ¡por favor! Es una mentira. ¿Sabés cómo hacen? Un hojaldre. Ponen capas de capas de lo mismo, una arriba de la otra, muchas, y por si fuera poco en movimiento. ¿Y qué logran? Confundir tus sentidos, hacerte seguir zanahorias de colores. Por ejemplo, las propagandas de cigarros: tremendos paisajes, vida salvaje, brutas minas que se caen a tus pies y de rodillas, música impresionante, colores llamativos, presencia en todas partes. Redundancia, repetición, como una melodía que se toca al mismo tiempo con miles de instrumentos. Y ahí vamos, inflados. ¿Qué es la única cosa concreta? El dolor, el sufrimiento, la muerte. Si no fueran cosas densas, ¿por qué si no se siente uno atragantado por una gran pena? ¿Por qué te viene un ataque al corazón con una gran decepción? ¿Y los mareos, los sudores, los calambres? Ahora te lo voy a explicar. Pasé años pensándolo. Capaz que viste en televisión todas las cosas malas que dicen de los milicos y eso, y yo la verdad que no los tengo en gran estima. Te preguntarás por qué no. Es sencillo: los tipos predicaban el dolor y con el dolor, hasta ahí correcto, pero eran un monopolio. Entonces uno podía no saber si le dolía por uno mismo o porque ellos estaban en todas partes. ¿Entendés? Uno siempre termina ignorando, y nada que se ignore se puede disfrutar plenamente. Los sistemas no autoritarios permiten a las personas encontrar libremente la desdicha. Incluso el sistema mismo lo prevé: deja espacios de indefinición ideológica y religiosa que son terrenos abonados para que la gente se pierda en no creer en nada ni en nadie. Entonces vos te encontrás solito adentro de la piedra. Pero algo tenían claro los milicos: el mejor método de enseñar el sufrimiento es la tortura porque tiene, repito, reflexión y sacrificio. Cuando recién te vi me pareciste desvalido y te quise enseñar. ¿Por qué si no ibas a entrar a robarme a mí, que no tengo más que mi biblioteca? Estoy seguro de que ni siquiera sabés leer bien. Te debés de haber criado en la calle y con toda seguridad no habrás pasado de primero del liceo. Pero escuchar sí podés. Y vas a tener que reconocer que soy un gran maestro porque empecé con lo bien simple y fui complicando los temas de a poco, con ejemplos. Si decidí torturarte no fue porque me molestara tanto que entraras a afanarme. No. Es porque quería que entendieras cuál es la Verdad, con mayúsculas. Y la verdad es el Dolor, también con mayúsculas. Y la pedagogía del dolor es la tortura. Si no te hubiera torturado leyéndote durante estos seis meses los libros más tristes de mi biblioteca, que son unos cuantos, no habrías entendido nada de lo que dicen, y más como sos vos, con toda seguridad un ignorante. Te dije que creo en la libertad y seré coherente. Si te he tenido atado y amordazado todo el tiempo es por una cuestión metodológica. Vas a salir y vas a tener la posibilidad de elegir entre la Verdad o el error de todo el mundo. ¿Ves esta navaja? Voy a cortarte las ataduras de las manos, te la voy a dejar para que termines de liberarte y, con toda calma, sentado en esta silla, voy a apretar el gatillo y me voy a matar. Si querés, te queda el placer de rematarme con odio pero no podrás nunca negar que soy de los que dejan la vida por la docencia.

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